martes, 17 de mayo de 2011

Texto sacado de un blog

Coincidí en una boda a la que fui hace poco con una conocida del instituto, ahora psicóloga, que me habló en un momento de la conversación tipo (que si cómo estás, que si cuanto tiempo, cómo va todo) de una terapia que estaba probando con sus pacientes y que consistía en no poder quejarse durante veintiún días. A lo Samanta Villar, mi amiga les pone una pulsera a sus pacientes para que ellos y sus interlocutores sean conscientes de que están en terapia y si el paciente se queja debe cambiarse la pulsera de muñeca y comenzar desde cero.
Me imaginé sin poder quejarme durante tanto tiempo y se me antojó una tortura medieval. Fue un alivio cuando me advirtió de que de pensamiento puede uno quejarse lo que quiera, pero no puede verbalizarlo. Según me explicó, por no sé qué proceso neurolingüistico, cuando expresamos algo en voz alta se activa un mecanismo en nuestro cerebro que hace que se potencie ese estado. “Pero ¿esto no es engañarse?”, le pregunté a la psicóloga. “No”, me dijo, “se trata de no cebarse y meterse en una espiral que le impida no ver más allá y pensar que todo está mal, no es ponerse una venda en los ojos y no ser consciente de los problemas.” Sobre este tema algo parecido le oí decir a Punset en una entrevista en ‘El Intermedio’. Resulta que si te pones una cuchara en la boca, forzando así la forma de una sonrisa, tu cerebro lo asimila y potencia la sensación de felicidad. Habría que preguntarle a Punset si la felicidad inducida es proporcional al tamaño de la cuchara.
Desde que estoy parado me he puesto cientos de cucharas, tantas que me han salido yagas en las comisuras. Lo mismo que una gran parte de la sociedad, he ido con cucharas en la boca, algunas que nos las hemos puesto nosotros y otras impuestas con calzador. Ayer, la sociedad decidió abrir la boca y mandar a tomar por culo las cucharas. Se hartaron de llevarlas como mordazas y las usaron para hacer ruido. Llegó la hora de quejarse.
¿Por qué no se ha hecho antes? Como no puedo ni quiero hablar en nombre de todos, explicaré mis razones. Por el sentimiento de culpa, que hace que no se crea merecedor de todo lo malo que le ocurre. Cuando uno se queda en paro y no encuentra trabajo siente vergüenza porque piensa que algo habrá hecho para merecerlo. Quizá no estudió lo suficiente, quizá no hizo lo que tenía que hacer ni tragar con lo que tuvo que tragar. La culpa que te hacen sentir los demás cuando te miran con desconfianza cuando les dices que no encuentras trabajo por más que buscas. Como cuando te echan en cara que sólo quieras dedicarte a aquello que te gusta y por lo que te preparaste durante años. “Si estás en paro es porque quieres”, te dicen “y si no puedes dedicarte a lo tuyo déjalo y búscate otra cosa”. ¿Alguien piensa en lo frustrante que puede ser aparcar lo que uno ha deseado desde siempre?
Y entonces surgieron los NI-NI, esa generación inventada para responsabilizar aún más a los jóvenes de la desgracia en la que viven. De nada sirve que esos que ni estudian ni trabajan sean un pequeño grano de arena en el desierto (tan sólo un 5,4% según el últimoestudio del Consejo de la Juventud de España). Se echa la culpa de todos los males a los inmigrantes que vienen a nuestro país pero a cambio se celebra la firma de un acuerdo con Alemania para que acoja a los españoles y en televisión se nos bombardea en distintos programas con la fabulosa vida de los que un día se marcharon y que al fin y al cabo son tan inmigrantes como el marroquí que viene a España a buscarse la vida.
Ahora en FMI habla de una “generación perdida” en España. Es esa generación la que se ha lanzado a la calle bajo el lema “sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo”. Yo me atrevería a llamarla “generación estafada”. Mientras unos serán castigados en las urnas por no haber sabido gestionar la crisis los otros se frotan las manos sabiendo que, sin haber hecho tampoco los deberes, les llegará un Gobierno como maná caído del cielo. Ambos se han burlado de sus ciudadanos. Hablaron de apretarse el cinturón y fueron incapaces de reducir sus gastos viajando en turista. El chocolate del loro, sí, pero qué se puede esperar de alguien que ni siquiera es capaz hacer un gesto, por mínimo que sea.
Esos son los mismos que a cambio nos proponen el copago, es para descojonarse. Quieren hacernos creer que pagar por ir al médico de cabecera es “copagar” la Seguridad Social. Si con mis impuestos pago la Seguridad Social y tengo que pagar para ir al médico creo que la palabra adecuada es “repago”. Quieren que confiemos en ellos como cuando nos hablaron de unos brotes verdes que jamás florecieron porque estaban plantados en tierra yerma. Y luego están los otros, los que por un lado hablan de contener el gasto y por otro se pelean con el Presidente para que les deje seguir endeudándose.
¿Serán capaces de mirarnos a los ojos y darnos explicaciones? Mucho me temo que no.

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